(Texto de Luciano Jaramillo Cárdenas)
Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento proclama la obra de sus manos. Un día comparte al otro la noticia, una noche a la otra se lo hace saber. Sin palabras, sin lenguaje, sin una voz perceptible, por toda la tierra resuena su eco, ¡sus palabras llegan hasta el fin del mundo! Dios ha plantado en los cielos un pabellón para el sol. Y éste, como novio que sale de la cámara nupcial, se apresta, cual atleta, a recorrer el camino. Sale de un extremo de los cielos y, en su recorrido, llega al otro extremo, sin que nada se libre de su calor.
Salmo 19:1-6
¡Querido Dios!
Hoy he decidido levantarme temprano para gozar de las alegrías y bellezas de la naturaleza al despertar a la vida.
Quiero describirte mi experiencia, como un reconocimiento de tu gloria y poder.
Al abrir las ventanas de mi cuarto, todos mis sentidos reciben de lleno el testimonio de tu majestad y poder manifiestos en las maravillas de tu creación.
Mis ojos se llenan del espectáculo del amanecer que da paso lentamente a la luz del sol que asoma tímido en el horizonte, y va invadiendo progresivamente el firmamento con sus resplandores, hasta imponer el día.
Mis oídos se deleitan con la algarabía de los mil sonidos que saludan alegres el nuevo amanecer. Forman todos una sinfonía concertada de rumores vegetales, de ramas que se mecen al compás de la brisa matutina, gorjeos de aves que exhiben el ropaje multicolor de sus plumajes y cantan a la luz; y el apacible murmullo del arroyo, que se desliza juguetón, por la pradera.
Puedo también percibir los muchos olores que pueblan el ambiente. Todos ellos me hacen sentir que nace un nuevo día y se inician los trajines y vaivenes de la vida. Vienen de la naturaleza fragancias naturales que refrescan la mañana. Otros más ordinarios y prosaicos llegan del vecindario, olores de fogón recién encendido, para el primer alimento de la jornada.
El ruido y movimiento en las casas vecinas, me recuerdan que la gente se prepara para un nuevo día de trabajo: humo de fogón, olores de cocina tempranera, de pan fresco, aroma de café, que preparan a la gente para salir a luchar por la vida.
Todo esto, Señor, que parece tan trivial y prosaico, tiene sentido y calor de vida. Me conmueve por la sencilla poesía que encierra. Me llena de alegría porque me recuerda que estoy vivo y puedo disfrutar de los placeres sencillos del hogar, del trabajo, de la vida, del alimento que me sostiene, del sol que me alumbra, y de la naturaleza que tú creaste para tu gloria y para mi deleite.