Olga Ramírez, operadora de Copesa, nos muestra su aventura diaria por la capital mexicana: su ruta, su pasión, su gente.
Son las 5:00 horas, Olga Ramírez llega al paradero de Chalco, en el Estado de México, y aborda la unidad 018, la cual le fue asignada en ese turno para circular en la ruta Chalco-Tacubaya.
El horario, no impide a la operadora maquillar sus ojos con sombra rosada que combina con el tono de su piel. Lleva el cabello peinado con media cola y sus chinos le llegan al hombro. La delgada chamarra, el pantalón azul y sus zapatos de goma, le dan una apariencia de comodidad.
Mientras ella termina de “echarse una manita de gato”, los pasajeros se muestran ansiosos por abordar el autobús que los llevará a sus diversos destinos: escuela, oficina, mercado, dependencia u hospital.
Finalmente, tras arreglar su imagen, Olga toma su asiento, coloca las manos frente al volante y se alista a recorrer los 60 kilómetros de la ruta; abre las puertas a los usuarios, uno por uno sube y deposita en el contenedor tragamonedas $5.50 pesos, que caen al fondo cuando Olga jala la palanca de desembocadura.
― ¡Buenos días! ― dice un joven que la saluda con entusiasmo a la conductora.
― ¡Buen día! ― ella, responde sonriente.
En 2010, Olga Lidia Ramírez, se aventuró a trabajar como operadora de Corredor Periférico S.A. de C.V. (Copesa). La joven mujer y madre de un bebé de cuatro años, enfrentó el maltrato por parte de los compañeros de otras rutas.
Inicia el recorrido
A las 5:30 el motor está encendido, y de los 28 asientos, 22 están ocupados. Pocos minutos más tarde, las puertas se cierran y la unidad sale del paradero para colocarse sobre la lateral del Anillo Periférico Norte, donde niños, jóvenes y adultos esperan en las paradas autorizadas.
Una señora con bata blanca de médico, sube al autobús:
― ¿Me deja en el Hospital de Cardiología? ―pregunta, la mujer.
― Sí, cómo no. Yo le aviso, ―responde atentamente la conductora.
Las puertas permanecen cerradas cuando el autobús está en movimiento. En la parte delantera, el vehículo cuenta con un botiquín, un espejo retrovisor que permite ver hacia la puerta de descenso, y no posee radio.
―”Realmente disfruto mi trabajo, el tráfico no me afecta, no me altera los nervios. Pero si pudiera pedir algo, sería un radio”―, risueña, expresa Olga a una joven pasajera que platica con ella.
Su primer contacto con el volante, fue a los 11 años, gracias a sus hermanos que trabajaban con microbuses. A los 14, manejó el tráiler de su tío, que iba a Mérida.
Vigilancia exitosa
En el trayecto, monitoreado con el sistema BEA, que detecta la velocidad a la que viaja el autobús, y con el uso de “linces” ―personas encargadas de hacer que se cumpla la reglamentación básica de la empresa―, ubicados en puntos estratégicos de las rutas, Copesa logra una vigilancia exitosa de sus autobuses.
En este punto, Olga se siente protegida, como conductora, y transmite confianza a los usuarios.
Para las 8:00 am, el flujo de autos en Anillo Periférico es abundante y más de 60 pasajeros están abordo.
Sube un señor de edad avanzada:
― ¿La comisión de Derechos Humanos? ¿Me podría avisar? Por favor.
― Claro que sí señor, es en Luis Cabrera. Yo le indico. ― Olga responde amablemente.
Inmediatamente, una mujer se levanta del lado derecho del autobús y cede el lugar preferencial al hombre.
Al principio, por ser mujer, la recibían con monedazos lanzados a la unidad y le reducían el espacio para pasar a su base. No obstante, sus compañeros de la empresa, siempre se mostraron solidarios con ella, y con las otras 12 mujeres que integran el equipo.
Continúa el trayecto. Al llegar a la intersección de Periférico y Eje 10, en la bandera de San Jerónimo, el autobús está casi a su máxima capacidad, no hay asientos disponibles y el espacio para ir de pie, es mínimo.
La operadora grita: “¡Esta es la avenida Toluca, alguien me preguntó!” ―enseguida suena el timbre y descienden unas cuatro personas.
Llegada a destino
El recorrido se realiza sin percances, los pasajeros ascienden y descienden a lo largo de la lateral del periférico. Luego de más de una hora, el destino es encontrado: paradero de Tacubaya, que se ubica saturado de unidades y el acceso es algo complicado.
Cuando logra atravesar hasta su estacionamiento, Olga toma un breve descanso. Saluda a sus compañeros y 20 minutos después, retoma su lugar para trasladar a nuevos usuarios. El abordaje sucede en la calle de Manuel Dublan.
Última estación
A pesar de los 25 minutos que espera para salir del paradero de Tacubaya, sigue su trayecto de regreso a Chalco, con la misma sonrisa y amabilidad con que inició su día.
Son las 14:50 horas, después de arribar a su última parada, pasa a los patios de recarga para rellenar su tanque de combustible diesel y entregar la unidad lista para continuar con otra ruta.
Su jornada ha finalizado y puede ir a casa para reunirse con su familia.
―”Realmente disfruto mi trabajo, el tráfico no me afecta, no me altera los nervios. Pero si pudiera pedir algo, sería un radio”―, risueña, expresa Olga a una joven pasajera que platica con ella.
Su primer contacto con el volante, fue a los 11 años, gracias a sus hermanos que trabajaban con microbuses. A los 14, manejó el tráiler de su tío, que iba a Mérida.