Y todo lo que hagan de palabra o de obra, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de él.
Colosenses 3:14-17
Segunda parte. Tomado del libro Cartas a Dios de Luciano Jaramillo Cárdenas. En ese texto, el autor agradece al Señor porque la vida es maravillosa. Reconoce que gracias a ella podemos hacer muchas cosas: amar, compartir las emociones del corazón con otros, hacernos solidarios con sus alegrías y dolores; podemos servir, gastar de lo nuestro en hacer felices a otros. Podemos construir con el trabajo y esfuerzo, un mundo mejor. Asimismo, podemos testimoniar la sabiduría y grandeza de Dios, viviendo nuestra vida de acuerdo con sus mandamientos.
El autor hace énfasis en que siempre hay que agradecerle a Dios el milagro de la vida, pues vivir es tener la oportunidad de progresar, ser felices, triunfar… En esta oportunidad damos a conocer la respuesta de Dios a esa carta.
Querido hijo agradecido:
¡Cómo me agradó leer tu carta!
Los corazones agradecidos y nobles que saben dar gracias, provocan mis bendiciones.
¿Recuerdas en el pasaje de los leprosos curados por mi Hijo Jesús, cómo sólo uno regresó a dar las gracias? (Lucas 17:11-19).
Esto ocurre todos los días con la mayoría de tus congéneres. Se olvidan de agradecer a quien les ha dado todo. Y este es el principio de muchos males, porque, como bien lo dice mi siervo Pablo: “A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón” (Romanos 1:21).
No es que yo necesite el agradecimiento de los hombres. Más lo necesitan ustedes los mortales. Agradecerme es reconocer que existo, y soy Dueño y Señor. Es vivir bajo la influencia de mi amor y misericordia y colocarse al amparo de mi poder y gracia. Todo esto me permite ejercer mi función de Padre, Creador y providente Cuidador de las criaturas.
Y esto hace la diferencia para muchos, pues sienten la paz y seguridad que les proporcionan mi amor y mi presencia.
Como ocurrió con Salomón, quien fue a Gabaón a ofrecerme sacrificios de alabanza y acción de gracias y a recabar mi protección; y recibió no sólo ésta, sino el don de la sabiduría para gobernar a mi pueblo (1 Reyes 3:3-15). Salomón gozó de mi favor y mi asistencia hasta que se extravió de mis caminos y quiso seguir sus propios juicios y caminos, olvidándose de reconocerme.
Fue mi siervo David quien estableció la costumbre de subir en peregrinación al templo, a ofrecerme allí sacrificios de alabanza y pasar la noche en oración en busca de un oráculo, que le revelara mi voluntad. Esta bella costumbre de peregrinación al templo, descrita maravillosamente en el Salmo 91, fue desde entonces practicada por mi pueblo y por sus reyes y dirigentes.
El secreto de todo está en aprender a reconocerme; y en ser agradecidos. Por ello quiero terminar esta breve respuesta a tu carta recordándote lo que Pablo escribió a algunos colosenses que no tenían paz en el corazón, porque sus vidas no revelaban el agradecimiento que yo espero de mis criaturas y, especialmente, de las más privilegiadas de ellas, los hombres y mujeres, para quienes reservé mi mejor regalo en la persona de mi Hijo Jesucristo, portador de vida eterna y salvación.
Vístanse de amor, que es el vínculo perfecto. Que gobierne en sus corazones la paz de Cristo…
Y sean agradecidos… canten salmos, himnos y canciones espirituales a Dios, con gratitud de corazón. Tu Dios agradecido por tus agradecimientos.