Una flor

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Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.

Eclesiastés 3:1

Es cierto que todo lo que hacemos es importante, el trabajo, los quehaceres de la casa, y mil cosas más que hacemos todos los días, pero nunca hay que olvidar que en casa hay una flor que requiere de toda nuestra atención: la familia y los seres humanos que amamos.

Había una joven muy rica, que tenía todo: un marido maravilloso, hijos perfectos, un empleo donde le pagaban muy bien y una familia unida.

Lo extraño es que ella no conseguía conciliar todo eso, el trabajo y los quehaceres le ocupaban todo su tiempo y su vida estaba mal en algunas áreas.

Si el trabajo consumía mucho tiempo, abandonaba a sus hijos. Si surgía algún problema, ella dejaba de lado a su marido… Y así, las personas que ella amaba eran siempre dejadas para después…

Hasta que un día, su padre, un hombre muy sabio, le dio un regalo: una flor muy cara y rarísima, de la cual había apenas un ejemplar en todo el mundo. Y le dijo:

Hija, esta flor te ayudara mucho más de lo que tú te imaginas. Únicamente necesitas regarla y podarla de vez en cuando, ocasionalmente conversar un poco con ella, y ella te dará a cambio ese perfume maravilloso y las más lindas flores”.

La joven la recibió emocionada, pues la flor era de una belleza sin igual. El tiempo pasó, los problemas surgían, el trabajo consumía todo su tiempo, y su vida, que continuaba confusa, no le permitía cuidar de la flor.

Ella llegaba a casa, miraba la flor y aún estaba ahí, no mostraba ningún signo de debilidad o muerte, siempre, linda, perfumada. Entonces, ella pasaba sin prestarle más atención.

Hasta que un día, sin más, la flor murió. Ella llegó a casa y se llevó un susto, estaba completamente muerta, sus raíces estaban resecas, sus flores caídas y sus hojas amarillas. La Joven se echó a llorar y le contó a su padre lo que había acontecido.

Su padre, le respondió: “Imagine que eso ocurriría, y no puedo darte otra flor, porque no existe otra igual a ella, era única, así como tus hijos, tu marido, tus amigos y toda tu familia.

Todos son bendiciones que el Señor te dio, pero debes aprender a regarlos, podarlos y dar atención a ellos, pues así como la flor, los sentimientos también mueren. Tú te acostumbraste a ver la flor viva, siempre florida, siempre perfumada, y te olvidaste de cuidarla. ¡Cuida a las personas que amas!”

Y ¿tu?, ¿cuidas de las bendiciones que Dios te ha dado? Proteges esa flor, pues forman parte de las bendiciones del Señor: Él nos las da, y nosotros debemos cuidar de ellas.

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