¡Vivir es maravilloso, Señor!
¡Cuántas cosas podemos hacer con la vida que tú nos has dado!
Podemos amar, compartir las emociones del corazón con otros y hacernos solidarios con sus alegrías y dolores.
Podemos servir, gastar de los nuestro en hacer felices a otros.
Podemos construir con el trabajo y esfuerzo, un mundo mejor.
Podemos testimoniar tu sabiduría y grandeza, viviendo nuestra vida de acuerdo con tus mandamientos e informándola del mensaje de tu Palabra. Vivir es tener la oportunidad de progresar, ser felices, triunfar…
Para el cristiano, la vida es mucho más: sabe que nadie es dueño de su destino y por eso la vive aquí abajo provisionalmente, esperando la vida definitiva que tú le darás en la eternidad.
Recibe los dones de la vida como regalos tuyos para servicio de los demás.
Piensa que jamás ha llegado al fondo del deber y camina hasta el fin en busca del ideal.
Sabe que sin ti nada se puede hacer (Juan 15:5); nada eterno puede construir, y te busca afanosamente en la oración y el trabajo; en la adoración y el servicio.
Tiene la certeza de que Jesucristo, tu Hijo, desde aquí abajo construye en cada una de nuestras vidas temporales, la vida eterna.
Por eso espera… apoyado en su fe, su propia resurrección. Espera “el cielo nuevo y la tierra nueva” donde habitarán la justicia, y todo será luz y felicidad, porque tú, oh Dios, vivirás con tu pueblo, enjugarás todas las lágrimas, y “ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque las primeras cosas habrán dejado de existir”.
Y como lo has prometido: “Harás nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21:1-5).
¡Qué hermosa es la vida con perspectiva de eternidad…!
¡Qué bello es vivir cuando Jesucristo “es en nosotros esperanza de gloria”! (Colosenses 1:27).
¡Gracias, Señor, por la vida!
En el próximo mes se publicará en este mismo espacio la respuesta de Dios a esta carta.