El convoy de la vida

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Desde antes que nacieran los montes y que crearas la tierra y el mundo, desde los tiempos antiguos y hasta los tiempos postreros, tú eres Dios.

Tú haces que los hombres vuelvan al polvo, cuando dices: ¡Vuélvanse al polvo, mortales!

Algunos llegamos hasta los setenta años, quizás alcancemos hasta los ochenta, si las fuerzas nos acompañan.

Tantos años de vida, sin embargo, sólo traen pesadas cargas y calamidades: pronto pasan, y con ellos pasamos nosotros.

Enséñanos a contar bien nuestros días, para que nuestro corazón adquiera sabiduría.

Salmo 90: 2, 3, 10 y 12.

La vida se asemeja a un viaje en tren, con sus estaciones y cambios de vía, algunos accidentes, sorpresas agradables en algunos casos, y profundas tristezas en otros… es así como vivimos nuestra presencia en la tierra. Nunca sabremos hasta que estación llegaremos y cuando será el momento de bajar de ese tren… Por ello, es importante que antes de descender, aprendamos a amar y a servir, comprender y perdonar. Dios siempre va de la mano con nosotros, busquemos su presencia para tomar la dirección correcta de ese tren de vida.

El convoy de la vida

En un viaje de convoy, a lo largo del trayecto, puede suceder una gran diversidad de situaciones.

Nuestra existencia terrenal, puede ser comparada a uno de esos viajes, más o menos largo.

Primero, porque está llena de embarques y desembarques, algunos accidentes, sorpresas agradables en algunos embarques, y grandes tristezas en algunas partidas.

Cuando nacemos, entramos en el convoy y nos encontramos con personas que deseamos que sigan siempre con nosotros: nuestros padres.

Desgraciadamente, eso no va a suceder: en alguna estación ellos descenderán y nos dejarán huérfanos de sus cariños, amistad y compañía insustituibles.

Sin embargo, durante el viaje, otras personas especiales embarcarán y seguirán el viaje con nosotros: nuestros hermanos, amigos, amores e hijos.

El viaje no es igual para todos. Algunos hacen un paseo, otros sólo ven tristezas, y otros todavía circulan por el convoy, prontos para ayudar a quien lo necesite.

Muchos descienden y dejan nostalgias eternas… Otros pasan de una forma que, cuando desocupan su asiento, nadie se da cuenta.

Curioso es constatar que algunos pasajeros se acomodan en vagones distantes del nuestro, lo cual no impide, está claro, que durante el recorrido, nos aproximemos a ellos y los abracemos, aunque jamás podamos seguir juntos, porque habrá alguien a su lado ocupando aquel lugar.

Mas eso no importa, pues el viaje está lleno de atropellos, sueños, fantasías, esperas y despedidas… Lo importante es que hagamos nuestro viaje de la mejor manera posible, buscando relacionarnos bien con los demás pasajeros, viendo en cada uno de ellos lo mejor que tienen.

Debemos acordarnos siempre que, en algún momento del trayecto, ellos podrán flaquear y es ahí donde tendremos que entenderlos, pues nosotros también flaquearemos muchas veces y buscaremos que haya alguien que nos entienda…

La gran diferencia, al final, es que en el convoy de la vida, nunca sabemos en qué estación tendremos que descender, y mucho menos en qué estación descenderán nuestros amores, ni aún aquél que está sentado a nuestro lado.

Es imposible que, cuando tengamos que desembarcar, la añoranza nos venga a hacer compañía… Porque no es fácil separarnos de los amigos, ni dejar que los hijos sigan su viaje solos.

Mientras tanto, en algún lugar, hay una estación principal para donde todos seguimos. Allá, nos rencontramos todos… Y cuando llegue esa hora, tendremos grandes emociones en poder abrazar a nuestros amores y matar la añoranza que nos hizo compañía por largo tiempo…

Que nuestro breve viaje sea una gran oportunidad de aprender y enseñar, entender y atender a aquéllos que viajan a nuestro lado, porque no fue el azar que los colocó allí…

Que aprendamos a amar y a servir, comprender y perdonar, pues no sabemos cuánto tiempo aún nos resta hasta la estación donde tendremos que dejar el convoy.

Si el viaje no transcurre exactamente conforme a lo esperado, démosle una nueva dirección.

Observa el paisaje maravilloso con que Dios adornó todo el trayecto…

Busca una manera de dar utilidad a las horas.

Preocúpate por aquéllos que siguen el viaje a tu lado.

Deja de lado las quejas y has que el trayecto quede marcado con rastros de luz.

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