Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos
Timoteo 1:9
Su divino poder, al darnos el conocimiento de aquel que nos llamó por su propia gloria y potencia (poder), nos ha concedido todas las cosas que necesitamos para vivir como Dios manda.
Pedro 1:3
Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra.
Corintios 9:8
Había una vez un manzano, que desde que era una semilla tenía el deseo de ver las estrellas, un deseo que lo obsesionaba, vivía para ello.
Siendo aún semilla, en una ocasión conoció a un gusano, a quién le pregunto: Gusano, ¿tu has visto las estrellas?, ¿cómo son? Y el gusano contestó: “Lo siento, yo nunca he visto las estrellas, yo vivo en la tierra, no sabría decirte”. Y así el gusano siguió su camino.
La semilla germinó y saliendo de la tierra, esperaba ya poder ver las estrellas, pero apenas lo intentó se dio cuenta que los árboles más grandes no le dejaban ver el cielo. Y un día se le cruzó una ardilla, a quién le preguntó: Ardilla, ¿tu has visto las estrellas?, ¿cómo son? Y la ardilla contestó: “Son indescriptibles, es un espectáculo increíble, ten paciencia y pronto las verás”. Y así la ardilla siguió su camino.
El manzano siguió creciendo y cada día que pasaba anhelaba más ver las estrellas, esperaba crecer lo suficiente para poder admirar el espectáculo que sabía que estaba ahí. Cada segundo que pasaba, se giraba alrededor de su más grande anhelo.
Finalmente, llegó el día en el que fue un árbol maduro, pero las ramas de los demás árboles, seguían impidiéndole ver las estrellas, y un día paso un leñador y le preguntó: Leñador, ¿tu has visto las estrellas?, ¿cómo son? Y el leñador contestó: “Realmente no hay nada en el mundo como observar las estrellas, cuando puedas hacerlo me entenderás”.
El manzano se entristeció porque había pasado mucho y aún no podía cumplir su más grande deseo, así que le pidió al leñador que cortará los árboles que le obstruían. Pero el leñador le contestó: “No podría lastimar a tus hermanos, sólo para cumplir tu capricho, ¿acaso es eso lo que quieres? Y el manzano, sabiendo que tenía razón, se retractó. Y así el leñador siguió su camino.
Finalmente en su vejez, cerca de morir, el manzano vio a un niño que pasaba por debajo de sus ramas, recogió una de las últimas manzanas que habían caído al suelo y la cortó para comerla, revelándole al anciano árbol un secreto:
REFLEXIÓN
Por Andrés Carrera
El manzano nunca entendió, igual que a nosotros nos cuesta trabajo, que los sueños que cada uno de nosotros tiene, existen por una razón.
Todos nuestros sueños están plantados, pero por Dios, son semillas, cuyo propósito es crecer y dar un fruto.
El manzano nunca entendió que su más grande sueño en realidad era algo que siempre estuvo dentro de él, listo para crecer.
Todos llevamos dentro una semilla, una semilla con la cual soñamos todos los días, y que Dios nos dio no para ignorar, sino para verla convertirse en algo más grande de lo que jamás podríamos imaginarnos.
Esta semilla implica una misión, suya y de nadie más, diseñada por Dios en función del contexto en el que viven las circunstancias que los rodean, sus habilidades, capacidades y pasiones, pero sobre todo, para que el de junto sea bendecido.
Para ello, hay que entender que si la fuente de sus sueños, es el Dios Todopoderoso, entonces podemos descansar tranquilos sabiendo que igual que Él la plantó, Él se encargará de hacerla crecer….a su tiempo.