Fabricando un Padre

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En la región de Uz había un hombre recto e intachable, que temía a Dios y vivía apartado del mal. Este hombre se llamaba Job. Tenía siete hijos y tres hijas; tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes y quinientas asnas, y su servidumbre

era muy numerosa. Entre todos los habitantes del oriente era el personaje de mayor renombre.

Sus hijos acostumbraban turnarse para celebrar banquetes en sus respectivas casas, e invitaban a sus tres hermanas a comer y a beber con ellos. Una vez terminado el ciclo de banquetes, Job se aseguraba de que sus hijos se purificaran. Muy de mañana ofrecía holocausto por cada uno de ellos, pues pensaba: Tal vez mis hijos hayan pecado y maldecido en su corazón a Dios. Para Job ésta era una costumbre cotidiana.

Versículo

Job 1: 1 al 5

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Ser padre ha sido y es, sin lugar a dudas, la mayor realización para un hombre. La figura del papá nos remite al amor, a la guía, al sostén y pilar de la familia; y ante esa imagen, hoy, en este Día del Padre, le hacemos un homenaje a esa persona que es capaz de brindarnos ese inmenso amor incondicional.

Por eso, porque nos has dado la vida, nos proteges, nos cuidas, nos educas, y porque te preocupas, Gracias Papás por estar ahí, de la mano de nuestro Padre.

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En el taller más extraño y sublime conocido, se reunieron los grandes arquitectos, los afamados carpinteros y los mejores obreros celestiales que debían fabricar al padre perfecto.

  • Debe ser fuerte”, comentó uno.
  • También, debe ser dulce”, comentó otro experto.
  • Debe tener firmeza y mansedumbre: tiene que saber dar buenos consejos”.
  • Debe ser justo en momentos decisivos; alegre y comprensivo en los momentos tiernos”.
  • ¿Cómo es posible –interrogó un obrero– poner tal cantidad de cosas en un solo cuerpo?”.

-”Es fácil”, contestó el ingeniero. “Sólo tenemos que crear un hombre con la fuerza del hierro y que tenga corazón de caramelo”.

Todos rieron ante la ocurrencia y se escuchó una voz (era el Maestro, dueño del taller del cielo): -”Veo que al fin comienzan” –comentó sonriendo– “No es fácil la tarea, es cierto, pero no es imposible si ponen interés y amor en ello”.

Y tomando en sus manos un puñado de tierra, comenzó a darle forma. -” ¿Tierra? – Preguntó sorprendido uno de los arquitectos– ¡Pensé que lo fabricaríamos de mármol, o marfil o piedras preciosas!

  • Este material es necesario para que sea humilde –le contestó el Maestro- Y extendiendo su mano sacó oro de las estrellas y lo añadió a la masa.
  • Esto es para que en las pruebas brille y se mantenga firme”. Agregó a todo aquello, amor, sabiduría. Le dio forma, le sopló de su aliento y cobró vida, pero… faltaba algo, pues en su pecho le quedaba un hueco. -” ¿Y qué pondrás ahí?” – preguntó uno de los obreros–.

Y abriendo su propio pecho, y ante los ojos asombrados de aquellos arquitectos, sacó su corazón, y le arrancó un pedazo, y lo puso en el centro de aquel hueco. Dos lágrimas salieron de sus ojos mientras volvía a su lugar su corazón ensangrentado.

–“¿Por qué has hecho tal cosa?” –le interrogó un ángel obrero y aún sangrando, le contestó el Maestro: -”Esto hará que me busque en momentos de angustia, que sea justo y recto, que perdone y corrija con paciencia, y sobre todo, que esté dispuesto aún al sacrificio por los suyos y que dirija a sus hijos con su ejemplo, porque al final de su largo trabajo, cuando haya terminado su tarea de padre allá en la tierra, regresará hasta mí. Y satisfecho por su buena labor, yo le daré un lugar aquí en mi reino.

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