“Todo lo que pidas en plegaria, con fe, lo recibirás”.
Mateo, 21:22
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La vida, aunque a veces pareciera difícil, es muy sencilla si no sabemos conducir; sólo tiene un camino, que es determinante y del cual de nosotros dependerá que sea feliz, pues a veces olvidamos que existen una serie de elementos como el amor, la paciencia, el coraje y la fuerza, que nos sirven para estar bien con los demás, pero sobre todo, con nosotros mismos.
Sin lugar a dudas, siempre sabemos el punto exacto del camino en donde estamos, pero casi nunca pensamos en dónde estaremos… Aquí, debemos poner atención, ya que continuamente dejamos de lado lo que realmente es importante, como poner de nuestra parte sin esperar nada a cambio, y de lo necesario que es a veces sonreír y contagiar de esa alegría a nuestro corazón y, por tanto, a los demás.
Disfrutemos sin miedos! Quitemos esos obstáculos que se nos ponen en el camino de la vida, haciendo las cosas sin temor a equivocarnos, siendo positivos, porque Él siempre estará ahí para apoyarnos.
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Tiempo atrás, andaba yo por la carretera de la vida, y un día vi un letrero que decía: “La tienda del cielo”.
Cuando me aproximé, la puerta se abrió… y cuando me di cuenta, ya había entrado.
Vi grupos de ángeles por todos lados! Uno me dio una cesta y dijo: “Hijo mío, compra todo lo que queras, en la tienda hay todo lo que un cristiano necesita… Y lo que no puedas cargar hoy, puedes volver mañana y llevarlo sin problemas”.
Lo primero que agarré fue PACIENCIA y luego AMOR, estaban en el mismo estante.
Más adelante estaba la COMPRENSIÓN, y también la compré; iba a necesitarla donde quiera que fuera…
Compré, además, dos cajas de SABIDURÍA y dos bolsas de FE. No pude dejar de lado el ESPÍRITU SANTO, pues estaba en todo lugar…
Me detuve un poco para comprar FUERZA y CORAJE, pues me ayudarían mucho en esta carrera de la vida.
Y que no me debía olvidar de la SALVACIÓN. Ésta la ofrecían gratis!! Entonces, tomé una buena porción de cada una, suficiente para salvarme y para salvarte!
Caminé hacia el cajero para pagar la cuenta, ya tenía todo para hacer la voluntad del MAESTRO.
Cuando iba llegando a la caja, vi la ORACIÓN y la agregué a mi canasta ya repleta. Sabía que cuando saliera, la usaría…
La PAZ y la FELICIDAD estaban en unos estantes pequeños, aproveché para cargarlos; la ALEGRÍA colgaba del techo, agarré un paquete para mí.
Llegué al cajero y le pregunté: ¿Cuánto debo? Él sonrío y me contestó: “Lleva tu cesta a donde quiera que vayas…”.
Una vez más, sonreí y pregunté: ¿Cuánto realmente debo? Él sonrío otra vez y dijo: “Hijo mío, no te preocupes, Jesús pagó la cuenta desde hace mucho tiempo atrás”.