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Todos somos iguales

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Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas”.

Hechos 10:34

El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca

Lucas 6: 45

Hoy en día, lamentablemente el dinero, sinónimo de poder para muchos, cambia a las personas, las hace prepotentes e injustas… sin saber que, pobres o ricos, para Dios todos somos iguales, para Él no existen los estratos sociales, aspecto que ha inventado la propia humanidad.

Lo verdaderamente importante en la vida, es cómo nos desempeñamos como persona, cómo somos, nuestros valores… todos dormimos, comemos, sentimos, etcétera; no obstante, hay personas que creen que el dinero lo es todo, haciéndolos superiores, pero lo que ellas no saben es que cuando morimos, nada nos llevamos, sólo el espíritu y esencia de lo que somos y nuestra alma se la entregamos a Dios.

En un pueblo, gobernaba un hombre famoso por sus abusos de autoridad y su desprecio hacia las clases más humildes. Con frecuencia hacía fiestas, a las cuales invitaba sólo a la gente más acaudalada de la localidad, gente como él, indiferente a las necesidades de los pobres.

Un día llegó al pueblo el señor Freyman, un empresario muy rico, quien pensaba instalar una gran industria en el lugar, lo cual significaría un gran progreso y fuentes de trabajo para los lugareños. El mismo gobernador fue a recibir al empresario, le ofreció su casa y lo acompañó a ver el terreno.

Esa noche, ofreció una fiesta en su honor, en donde, como siempre, se reuniría la crema y nata del pueblo.

Estaban en medio del banquete, cuando a un mozo se le cayó una bandeja con vasos, haciéndose trizas en el suelo, justo enfrente del gobernador y su invitado.

¡Pero que no te fijas imbécil?- le gritó el gobernador al muchacho, quien muy asustado procedió a recoger los vidrios! El hombre no cesó de insultarlo, hasta que terminó de recoger todo. El empresario se quedó observando la escena, muy conmovido y también indignado, pero lo disimuló.

Una vez que se fue el muchacho, se dirigió al gobernador: – Señor gobernador… ¿le puedo hacer una pregunta?, – por supuesto, mi estimado señor Freyman- respondió zalamero el gobernador. – ¿Si esos vasos se me hubieran caído a mí, qué hubiera pasado?, ¿me habría usted insultado como lo hizo con ese pobre muchacho?

El gobernador se turbó por la pregunta y respondió: – ¡Por supuesto que no señor Freyman, cómo cree! – ¿Y por qué no?, también se hubieran roto los vasos. – Pero no es lo mismo… ¡cómo iba yo a ofenderlo a usted! – Ah, ¿y por qué a ese muchacho sí? – Pues… es sólo un indio… un desarrapado…

– Es un ser humano, igual que usted, igual que yo- declaró firmemente el empresario. – ¡Pero cómo se va a comparar con nosotros ese pobre diablo! – Ese pobre diablo, como usted lo llama, merece respeto y consideración. El hecho de no poseer bienes, no hace a un hombre menos merecedor de éstos.

Las palabras del empresario se escuchaban claras y decididas en el comedor, pues todos los invitados se habían quedado en silencio, asombrados, viendo como el gobernador, era avergonzado por su invitado de honor.

¡Ah que señor Freyman, me resultó usted predicador!- trató de bromear el gobernador, para disimular su malestar.

No, señor gobernador, estoy hablando muy en serio. Bueno, pero no es para tanto jeje…

Pues quiero que sepa, que yo fui como ese muchacho, yo servía mesas en la taberna de mi pueblo…

¿Pero cómo es posible?

Así es, señor gobernador. Yo vengo de una familia muy pobre, empecé a trabajar desde los doce años. No le voy a contar mi historia, pero quiero que sepa que porque he estado abajo, sé cómo se siente ser tratado como usted ha tratado a ese muchacho. Y una cosa le aseguro, yo soy la misma persona, ahora que tengo dinero, que cuando no lo tenía y eso, gracias a los valores que me enseñó mi madre. Porque el hombre no vale por lo que tiene, sino por lo que es. Hay muchos ricos que no valen nada y muchos pobres que valen oro. Todos nacemos igual: sin nada y todos morimos igual: sin nada.

No importa si en este mundo fuimos ricos o pobres, cuando lo dejamos, nada material nos llevamos. Todos nos hemos de presentar ante Dios de la misma manera, para Él somos todos iguales, así que si para Él somos todos iguales, ¿quiénes somos nosotros para hacer diferencias?El empresario terminó de hablar y calmadamente prosiguió con su cena, dejando a todos consternados y pensativos, especialmente el gobernador, quien esa noche había recibido la lección más grande de su vida.

*Aportación de Angélica García Schneider.

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