Un Alto en el Camino

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Reconoce en tu corazón que así como un padre disciplina a su hijo, también el Señor tu Dios te disciplina a ti.

Y ya han olvidado por completo las palabras de aliento que como a hijos se les dirige: Hijo mío, no tomes a la ligera la disciplina del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda, porque el Señor disciplina a los que ama, y azota a todo el que recibe como hijo.

Lo que soportan es para disciplina, pues Dios los está tratando como hijos. ¿Qué hijo hay a quien el padre no disciplina?

Deuteronomio 8:5

Hebreos 12: 5, 6 y 7

La mayoría de las veces que nos dirigimos a Dios es para pedir algo, cuando lo más importante, primero, es agradecer los dones que nos dio y que éstos, si nos lo proponemos, nos permiten lograr lo que queramos: ser mejores personas, perdonar, amar, reír, llorar, etcétera.

Por ello, no importa qué tan difícil puedan ser nuestros problemas o deseos, si tenemos FE y esperanza, con seguridad lograremos entender el porqué de las cosas, que todo tiene una razón de ser y que todo final es el comienzo de algo nuevo.

A esto, se suma las enseñanzas que como padres impongamos a nuestros hijos… ¿Cómo instruir o enseñar, corregir o disciplinarlos?, ¿cuál es el parámetro para entender el orden que debe tener este proceso? Simplemente es a la manera de Dios, Él corrige a todo aquel que toma por hijo, su enseñanza viene seguida de corrección o disciplina, la cual es para perfeccionar la conducta o forma de vida del hijo.

Le pedí a Dios

Le pedí a Dios que me quitara mi orgullo…

Y Dios dijo “NO”.

Dijo que no era algo que él tenía que quitarme, sino que yo tenía que entregar.

Le pedí a Dios que sanara a mi hijo lisiado.

Y Dios dijo “NO”…

Dijo que su espíritu estaba sano y que su cuerpo era algo temporal nada más.

Le pedí a Dios que me concediera paciencia…

Y Dios dijo “NO”.

Dijo que la paciencia es producto de la tribulación, que no se concede, se conquista.

Le pedí a Dios que me diera felicidad…

Y Dios dijo “NO”.

Dijo que Él daba Bendiciones, que la felicidad depende de mí.

Le pedí a Dios que me evitara todo dolor…

Y Dios dijo “NO”.

Dijo que el dolor y el sufrimiento me apartan de las preocupaciones mundanas, y me acercan más a Él.

Le pedí a Dios que hiciera crecer mi espíritu…

Y Dios dijo “NO”.

Dijo que debo crecer personalmente, pero que Él me podaría de vez en cuando.

Le pregunté a Dios que si me amaba…

Y Dios dijo “SI”

Y que un día estaré con Él, en el Paraíso, porque tengo FE.

Le pedí a Dios que me ayudara a amar a todos los seres humanos, como Él los ama…

Y Dios me dijo:

“POR FIN ESTAS COMENZANDO A ENTENDER”.

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