Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los que gozan de de su buena voluntad.
Lc 2: 14
Muchas veces hemos preferido el verdadero motivo de adorar a Dios. Preferimos estar cómodos y velar por nuestros intereses personales que acercarnos a Él. Nunca es tarde para hacerlo, por lo que esta Navidad y todos los momentos de nuestras vidas giren alrededor de Él, quien siempre estará ahí para escucharnos y darnos la paz interna que necesitamos.
Un ángel desciende del cielo. El Rey de reyes y Señor de señores está a punto de nacer; el ángel busca a quién comunicarle esta buena nueva. Entonces, empieza a buscar en el templo con los sacerdotes y gobernantes del país; se da cuenta que ellos tienen su atención en todo, menos en el nacimiento del Mesías.
Los sacerdotes y gobernantes habían malinterpretado las Escrituras; ellos creían que vendría un Rey grande y poderoso que los iba a liberar de los romanos y que a su vez iba a enaltecerlos como pueblo ante todas las naciones, de tal manera que éstas se inclinarían ante ellos.
El ángel los vio llenos de religiosidad; se dio cuenta de hacían los ritos sólo por costumbre, perdieron el verdadero significado.
Triste el ángel, no pudo anunciar la buena nueva en esos lugares. Después, fue al pueblo, miró cómo toda la gente sólo se interesaba en hacer negocios y satisfacer sus propias necesidades, olvidaron que eran nación santa y apartada para Dios.
Mientras tanto, hubo ángeles que acompañaban a José y María en su viaje de Nazaret a Belén.
El decreto Romano alcanzó a los moradores de Galilea, así fue cumplida la profecía. El Mesías debía nacer en la ciudad David. Pero José y María no fueron reconocidos ni honrados en la ciudad de su linaje real, cansados y sin hospedaje siguieron su viaje.
Buscaron en vano un lugar donde pasar la noche; no había sitio para ellos en ninguna posada, el único refugio que encontraron fue un pesebre; allí nació el Redentor del mundo, sin que los hombres supieran, la noticia había llegado al cielo. Todo el universo estaba atento, el mundo entero resplandecía en ese momento ante la llegada del Redentor, muchos ángeles estaban reunidos en espera de una señal para declarar las buenas nuevas.
Corazones sinceros
Cuando el ángel recorrió toda la región y vio que nadie estaba atento al gran evento que había ocurrido pensó en regresar al cielo a comunicar tan triste situación; pero de repente, a las afueras de Belén, escuchó platicar a unos pastores, ellos anhelaban la venida del Mesías. Con corazones sinceros, sencillos y fervientes, alababan y glorificaban a Dios con todo su ser.
El ángel al ver esas virtudes en aquellos hombres, decidió comunicarles la gran noticia; la claridad de Dios lo llenó de resplandor y los pastores tuvieron miedo, pero el ángel les dijo: “No tengan miedo. Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor (Lc. 2:10, 11).
La majestad entre los hombres
Al desaparecer los ángeles, la luz se disipó y las tinieblas volvieron a invadir las colinas de Belén, pero en la memoria de los pastores quedó la imagen más resplandeciente que hayan contemplado los seres humanos.
Después de este acontecimiento, los ángeles regresaron a cielo, y los pastores se pusieron en camino, deseaban ver lo que los ángeles les habían anunciado. Con gran gozo encontraron a José, María y el bebé envuelto en pañales acostado en el pesebre.
Después de contemplar este acontecimiento, glorificaron y alabaron a Dios.
Texto extraído de la Revista Expresión Joven.