Dichosos los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece.
Dichosos los que lloran, porque serán consolados.
Dichosos los humildes, porque recibirán la tierra como herencia.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Dichosos los compasivos, porque serán tratados con compasión.
Dichoso los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios.
Mateo 5: 3, 4, 5, 6, 7, 8
Si hubiera……si hubiera……si hubiera……. Cuántas veces esas dos palabras han estado en nuestros labios. Tomemos la decisión de aprovechar cada oportunidad para amar, compartir y edificar a otros. Hoy……mañana puede ser muy tarde.
Allí estaba, sentado en una banqueta, con los pies descalzos sobre las baldosas rotas de la vereda; gorra marrón, manos arrugadas sosteniendo un viejo bastón de madera; pantalones que arremangados dejaban libres sus pantorrillas y una camisa blanca, gastada, con un chaleco de punto tejido a mano.
El anciano miraba a la nada. Y el viejo lloró, y en su única lágrima expresó tanto que me fue muy difícil acercarme, a preguntarle, o siquiera consolarlo. Por el frente de su casa pasé mirándolo, al voltear su mirada la fijó en mí, le sonreí, lo saludé con un gesto, aunque no crucé la calle, no me animé, no lo conocía y si bien entendí que en la mirada de aquella lágrima se mostraba una gran necesidad, seguí mi camino, sin convencerme de estar haciendo lo correcto. En el camino guardé la imagen, la de su mirada encontrándose con la mía. Traté de olvidarme.
Caminé rápido como escapándome. Compré un libro y cuando llegué a mi casa, comencé a leerlo esperando que el tiempo borrara esa presencia……pero esa lágrima no se borraba……..Los viejos no lloran así por nada, me dije.
Esa noche me costó dormir, la conciencia no entiende de horarios y decidí que a la mañana volvería a su casa y conversaría con él, tal como entendí que me lo había pedido.
Luego de vencer mi pena, logré dormir. Recuerdo haber preparado un poco de café, compré galletas y muy deprisa fui a su casa convencido de tener mucho por conversar. Llamé a la puerta, cedieron las rechinantes bisagras y salió otro hombre. ¿Qué desea?, preguntó, mirándome con un gesto adusto. Busco al anciano que vive en esta casa, contesté. Mi padre murió ayer por la tarde, dijo entre lágrimas.
¡Murió!, dije decepcionado. Las piernas se me aflojaron, la mente se me nubló y los ojos se me humedecieron. ¿Usted quién es?, volvió a preguntar. En realidad, nadie, contesté y agregué: “Ayer pasé por la puerta de su casa, y estaba su padre sentado, vi que lloraba y a pesar de que lo saludé no me detuve a preguntarle, pero hoy volví para hablar con él, pero veo que es muy tarde. No me lo va a creer, pero usted es la persona de quien hablaba en su diario.
Extrañado por lo que me decía, lo miré pidiéndole más explicación. Por favor, pase, me dijo aún sin contestarme.
Luego de servir un poco de café, me llevó hasta donde estaba su diario y la última hoja rezaba: “Hoy me regalaron una sonrisa plena y un saludo amable…..hoy es un día bello”. Tuve que sentarme. Me dolió el alma de sólo pensar lo importante que hubiera sido para ese hombre que yo cruzara aquella calle.
Me levanté lentamente y al mirar al hombre le dije: “Si hubiera cruzado la vereda y hubiera conversado unos instantes con su padre…..”, pero me interrumpió y con los ojos humedecidos de llanto dijo: “Si yo hubiera venido a visitarlo al menos una vez en este último año, quizás su saludo y su sonrisa no hubieran significado tanto”.